Venecia y el poder de la Sangre
5 de mayo de 2024
Roxana Contino

Recuerdos de mi primera vez en Europa, y el reencuentro con mis orígenes.
Mi primer viaje a Europa fue planificado y deseado durante mucho tiempo, con la ilusión de conocer los lugares en donde habían acontecido hechos históricos del mundo más que significativos. Esta ilusión venía desde mi adolescencia y me acompañó toda mi carrera profesional, soy historiadora. El último destino del viaje era Italia. Los lugares que estaban en el podio de mis deseos eran, en primer lugar, París, escenario de “la” Revolución y, después, Florencia, ciudad a la que debe su nombre mi hija. No puedo decir, bajo ningún concepto, que esas dos ciudades impresionantes no hayan cumplido mis expectativas, sin embargo, la sorpresa pasó por otro lado.
Partí de París rumbo a Italia en avión, primera parada, Venecia. Una vez en destino, para poder llegar al hotel de la calle Cannereggiome tomé el vaporetto. Antes de tomarlo, lo primero que hice fue una de las compras más inútiles de la vida: un mapa de Venecia, por esos años todavía no existía el google maps. El mapa no sirvió de mucho, en Venecia la clave es perderse en sus rincones y seguir las flechas que te orientan a los lugares claves: Piazza San Marco y Ponte di Rialto. Me bajé del vaporetto y comencé a mirar el mapa para encontrar el hotel, imposible, no me ubicaba, un poco porque soy bastante poco atenta para ubicarme y, sobre todo, porque tenía una sensación interna que me invadía y que no puedo expresar con palabras qué era exactamente. Me decidí, entonces, a consultarle a una señora que justo pasaba por ahí para que me orientara. Yo no hablo italiano, pero entiendo perfectamente cuando me hablan. Me acerqué y, en una mezcla idiomática paupérrima, intenté hacerle entender lo que necesitaba, mientras le mostraba un papel con la dirección del hotel. La señora, muy amable, comenzó a indicarme cómo llegar, yo le estaba entendiendo perfectamente; pero, de repente, me invadió una emoción inexplicable y me largué a llorar. La señora se desesperó, se pensó que yo no le entendía. Yo no podía explicarle que sí le entendía, que lloraba sin saber el motivo. Ella inmediatamente se metió dentro de un hotel que estaba frente a donde estábamos paradas, llamó al conserje y él también me explicó dónde quedaba el hotel. Finalmente, llegué a destino. Era media mañana, dejé las valijas y salí a caminar
A cada paso que daba, la emoción crecía. No podía parar de llorar. Nunca me había pasado una cosa semejante, y jamás me volvió a pasar. Las callecitas, los sonidos, el olor, todo me llegaba al alma. Me senté a almorzar y me conmovía hasta el diálogo de las mesas vecinas. Dos hechos hicieron que, por fin, dejara de llorar; en realidad, no fue por falta de emoción, creo que se me acabaron las lágrimas. El primero, fue ver un puestito que vendía verduras, sobre todo los cajones con los ajíes que usaba mi abuelo, el tano don José, para cocinar.
El otro, definitivamente el más efectivo, fue, al llegar a uno de los tantos canales que tiene la ciudad pasó, por debajo del puente que estaba cruzando, una góndola con un gondoliere cantando la canción Santa Lucía. Inenarrable el momento.
Todo lo que recorrí de la ciudad fue maravilloso, La Piazza y la Basílica de San Marco, los canales, el palacio Duccal, Murano, Burano, caminar sin rumbo…
No puedo decir que Venecia es la ciudad más bella de Europa, lo que sí puedo decir es que, a mí, me conmovió hasta el alma. La única explicación que encuentro es que fue la primera ciudad de Italia a la que llegué. La primera vez que pisaba el suelo de la tierra de mis abuelos, que escuchaba en mis oídos y en mi corazón, como en catarata, el sonido original del italiano. Creo que fue la sangre italiana de mis ancestros la que vibró en mi cuerpo y me enamoró de Venecia.
Gracias!
Roxana Contino
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